Seguir los pasos de Papá, una jugarreta del destino…
Desde que recuerdo quise ser médica (como se dice ahora). Veía a mi Papá salir temprano a trabajar, con su gabacha blanca guindando por la espalda desde su dedo índice. Y eso siempre me inspiró, se veía orgulloso de su trabajo, intrigado por ayudar a los pacientes, estudiando siempre para buscar una mejor solución a los problemas diarios. Por su parte, mi Mamá no quería que yo fuera doctora porque decía que era una profesión muy sacrificada para una mujer. Yo ansiosa esperaba las jeringas de juguete, estetoscopio, martillito de reflejos y viales vacíos que mi Papá me regalaba para jugar a ser doctora; como era de esperarse mi madre me quitaba esos juguetes preciados, se los daba a mi hermano y en su lugar me daba unas tacitas y platitos, para que jugara a casita. Luego recitaba de memoria: “sería mejor que Alejandro fuera doctor y que heredara los pacientes de su Papá, porque es hombre, y que ustedes dos (refiriéndose a mi hermano y a mi) fueran abogadas o administradoras porque es una profesión más acorde a una mujer y a la familia que eventualmente tendrán”.
Pero Dios es sabio y sus caminos misteriosos. Mi hermano Alejandro se hizo administrador ya que no puede ver sangre ni en pintura, y mi hermana Arlene y yo nos hicimos médicas. Yo continúo el legado del Dr. Centeno (mi padre) y tenemos el placer de trabajar juntos en Paseo Colón, en la clínica que el fundó hace más de 40 años y mi hermana trabaja en el Hospital Universal también legado de mi padre en Cartago.
Mamá hasta la fecha agradecida con Dios pero en tono risueño dice: “esa fue una jugarreta del destino”.